La música, las cicatrices y la relatividad.

“Ponme musicoti, ¿no?” me pide Miguel.

Abro Spotify y pongo el disco de 1999. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba. Me encanta. La primera vez que lo escuché tendría unos quince años. ¿Esa Marta se imaginaría a sí misma escuchando 1999 casi ocho años después en Nueva Zelanda?

Qué va. Ni de lejos.

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Me acaricio las manos. Las tengo bastante secas. Mis dedos se topan con unos callos que tengo al inicio del dedo corazón, anular y el meñique de la mano derecha. Me miro la izquierda y más de lo mismo bajo el dedo corazón y el anular, pero estos son unos callos más suaves.

Unos callos suaves que nacieron con un trabajo duro.

Me acuerdo de la granja lechera y me entra cierta nostalgia. Me encantaba trabajar y vivir allí. Me acuerdo del cantar de los pájaros (sobre todo uno que sonaba como una flauta de metal), me acuerdo de cuando me cagó una vaca en la cabeza y me di cuenta que no era tan malo como parecía, me acuerdo de Lumsden y su cafetería Route 66 Style, me acuerdo de cuando las vacas casi se escaparon, me acuerdo de nuestra habitación y de las montañas que rodeaban el campo… pero también me acuerdo de mi peor día de trabajo y de aquel día que trabajando me encontré a una vaca enferma tirada en la hierba exhalando sus últimos alientos. La niebla y la lluvia le pusieron el broche a aquella estampa difícil de olvidar. Sólo pude acariciarla y acompañarla en su final.

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Los callos de mis manos me recuerdan que soy fuerte. Mucho más de lo que creía(n). Varias personas me dijeron que la granja no era para mí, que no aceptara el trabajo, que me fuera, que sería muy duro. Y joder si fue duro. Pero no solo lo superé, sino que lo disfruté muchísimo. Estos callos callan a los que subestiman, a los que no alentan, a los que frenan. Estos callos me dicen tú puedes todo… y más.

La granja… allí aprendí a montar en moto y tuve una caída fatal donde me dañé las dos rodillas. Me miro la rodilla izquierda y ahí está, blanca, resaltando en mi piel morena. Ahí está esa cicatriz que me duele sólo con mirarla. Ya estoy bien, sólo si fuerzo demasiado las rodillas me duelen un poco. Como recuerdo me queda esa cicatriz que me repite que no somos de hierro, que estamos sanos y vivos hoy, pero que somos finitos.

Los días que tuve las rodillas malas fueron días difíciles: andar dolía, agacharse dolía, sentarse dolía, flexionar dolía, estirar dolía, apoyarse dolía… Desde entonces pienso muchas veces en lo agradecida que estoy de estar bien y sana. En la granja me repetían siempre if you don’t feel safe, DON’T DO IT. Me lo guardo como estilo de vida, thanks.

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Estilo de vida…

¿Cuál es mi estilo de vida actual? ¿Nómada? ¿Vivir viajando? ¿”vanpacker”? Sólo sé que mi hogar es mi coche y mis coordenadas son itinerantes, lo que me recuerda a otras cicatrices que tengo en los tobillos. Los culpables son las sandflies, que son la versión demoníaca de los mosquitos, ya que en lugar de picar tienen como una “sierra” y te rajan la piel.

La primera vez que probaron su serrucho conmigo me dejaron unas picaduras que se volvieron grandísimas, moradísimas, feísimas y que picaban muuucho. Hace dos meses de eso y todavía están las cicatrices. Unas cicatrices pequeñísimas, casi imperceptibles, pero que en el fondo me sacan una sonrisa. Porque las sandflies aparecen en las orillas de los lagos, ríos y del mar, sobre todo al amanecer y atardecer.

Estas puñeteras cicatrices me recuerdan a las veces que hemos dormido y despertado frente a un lago o al mar, todos aquellos atardeceres –y algún que otro amanecer- y los cielos estrellados que hemos visto desde nuestro coche, nuestro hogar. Me encanta mi vida, me encanta moverme, quedarme e irme cuando lo desee. Soy feliz. Y si me tienen que picar sandflies para ello que vengan, que yo voy armada con repelente y no tengo ningún problema en usarlo.

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Suena Segundo Asalto. Cómo me gusta esa canción.

Definitivamente no.

Jamás en la vida me habría imaginado con quince años que a los veintidós estaría recorriendo Nueva Zelanda escuchando la música que escuchaba cuando creía que mis sueños nunca se harían realidad.

Qué relativa es la vida.

3 respuestas a “La música, las cicatrices y la relatividad.”

  1. Que guay que estás tan felíz, sigue así ☺

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  2. […] Me han mordido unos mosquitos que me han dejado unas marcas feísimas en la piel. […]

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